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Conocí a Juan por un asunto de “nervios” antes y durante la época de exámenes. En la exploración del asunto se hizo evidente su miedo a suspender y que eso minase sus posibilidades de desarrollo futuro. También constatamos que esa sensación era cada vez mayor y más prematura. Que los “nervios” se anticipaban cada vez más.
Cuando el sentir es intenso es mucho más difícil notar todo el resto de cosas que están sucediendo. Algo que le ocurría a Juan era que además de ese miedo a las consecuencias de suspender se estaba sumando un cierto rechazo a sentir esa sensación. Había desarrollado miedo al miedo y eso lo hacía sentir aún peor.
Cuando sentimos algo, no nos quedamos ahí, además inconscientemente evaluamos ese sentir. Puede ir desde un gustarnos o no, hasta evaluaciones más complejas sobre nosotros mismos.
Si siento tristeza puedo, en esa evaluación inconsciente, añadir desde una cierta incomodidad porque no me gusta sentirme triste hasta un sentimiento de reproche o desaprobación hacia mi mism@ porque no hay ninguna razón para sentirme así.
Como comenté en el post anterior sobre emociones, atender a las emociones desde una perspectiva tanto global como funcional es un pilar básico en esta sección de “Sabiduría Emocional”.
Cuando Juan exploró “sus nervios”, comprendió que eran una respuesta legítima a la preocupación por su futuro y que además le ayudaban a estar activo y no bajar la guardia durante la época de exámenes. Eso equilibró ese sentir de segundo nivel, se suavizó el miedo al miedo porque comprendió que la razón y el propósito de ese sentir estaban alineados y que por tanto ponerse nervioso era algo útil.
Este es el caso también ante otros muchos sentires incómodos que son apropiados. La tristeza ante una perdida, la frustración cuando no conseguimos lo que nos proponemos son sentires incómodos.
Sin embargo entender por qué y para qué están operando en nuestra vida en conjunto debería ayudar a equilibrar. Hacerlos funcionar óptimamente nos desarrolla más como personas que salir corriendo en busca de ayuda para que desaparezcan. Eso sólo es un apaño.
Otro asunto añadido con Juan, era la intensidad de su emoción. Como suele ser frecuente se pasaba de frenada.
Fíjate en un niño con una rabieta, ¡se implican a vida o muerte!. Esa es nuestra forma de expresar las emociones en la infancia, sin medias tintas. El problema si no aprendemos a adecuar la intensidad es que en exceso puede minar su utilidad aunque la emoción sea la oportuna.
Eso es algo que Juan tuvo que aprender también y le resultó bastante relevante para liderar su vida emocional.
Lo opuesto también ocurre. Esa necesidad imperiosa de sentirnos bien a toda costa puede ser negativa para la persona. Cuando le dices a tu hijo que no se sienta mal aunque no haya hecho los deberes o por suspender un examen que no preparó, más allá del simple contenido, puede estar practicando un patrón de irresponsabilidad.
Cuando se reconforta al que perpetra conductas incivicas, se esta evitando un mal sentir que sería apropiado tener. Eso es lo malo de sentirse inapropiadamente bien.
Inspirado en metodología DBM® creada por John McWhirter.