Aburrimiento… ¡qué gran invento!
04
OCT, 2017
O la tiranía de la eterna alegría.
Este post, es mi homenaje al aburrimiento, porque considero que no se comprende de forma útil.
Terminado el verano la pregunta parece obligada, ¿te has divertido?
El verano es una época del año que invita a la diversión. Vivimos más de puertas afuera, cogemos vacaciones, las fiestas… el mundo te ofrece más cosas que pueden captar tu interés.
En los programas y revistas del corazón, la información se centra en los viajes y fiestas del famoso de turno durante sus vacaciones. A nivel más mundano, las redes sociales se inundan de fotos con nuestra mejor cara y en los lugares más pintorescos. La alegría parece ser la norma, pero llega el otoño…
Tanta exaltación de la diversión parece que divertirse sea una regla de obligado cumplimiento y que sino, eres un bicho raro.
Yo no tengo problema con la diversión, me gusta, pero tampoco lo tengo con el aburrimiento.
Afortunadamente, cada vez se resalta más por parte de la psicología la necesidad de permitir que los niños se aburran. Es necesario que desarrollen sus propios recursos para salir de una situación de aburrimiento, en lugar de mantenerlos sobre estimulados.
Pero algo pasa con los adultos. Este verano he detectado que la profesión más demandada para formar pareja es la de “humorista”. Hay programas de televisión en los que un contenido trivial deja entrever mucho de la condición humana. Me reía viendo cómo, si a alguien le preguntan la característica principal que pediría a su posible pareja, lo más demandado es que le divierta, que le haga reír, que no se aburra con esa persona.
Si ves un documental, los animales no se aburren. Una vaca está pastando, se tumba, rumia y puede pasar horas tumbada hasta que vuelve a pastar. Ningún síntoma de aburrimiento, dirás “¡qué suerte”!”. Yo no opino así, no disponen de ese valioso recurso que es el aburrimiento. Están condenadas a repetir lo que triunfó en la generación anterior, lo que traen aprendido instintivamente.
Afortunadamente para nosotros, los humanos, ese no es el caso.
Ante la monotonía respondemos con aburrimiento, una irritación que idealmente debería movernos a la acción. Una alarma impagable que nos avisa de que nos estamos apalancando.
Una vez más nuestra falta de comprensión acertada sobre nuestros sentimientos, nos lleva a perseguir apagar la alarma en lugar de investigar el posible fuego. Preferimos distraer el aburrimiento en lugar de buscar el origen para tratar de cambiar las cosas.
Esto hace que lejos de arreglarse, la intensidad de la respuesta vaya en aumento. Si llevas una vida anodina durante mucho tiempo, te aburres en tu trabajo o en tu vida en general, la respuesta pasará de aburrimiento a algo más serio. Es el caso por ejemplo de la llamada “crisis de los 40”, un aburrimiento extremo que trata de captar nuestra atención en forma de angustia.
Un bebé neonato, tras cada toma de alimento y la siesta correspondiente se mueve de manera incansable. Si no se aburriría. Esto le permite explorar el mundo, crear experiencia sobre cómo funciona el mundo, algo que sin duda facilitará su supervivencia. Pronto los padres se encargan de distraerlo con estímulos externos, demasiadas cosas aparecen en su entorno para permanecer entretenid@s. Esto tiene una consecuencia doble: perdemos habilidad para desarrollar nuestras propias respuestas al mundo y aprendemos que tanto la diversión como el aburrimiento proceden de fuera. Pero no es verdad. Si algo o alguien “es” aburrido, debería serlo universalmente y eso no sucede.
Cuando me encuentro en una situación o con una persona “aburrida”, suelo preguntarme, ¿será aburrida para todo el mundo?
La respuesta suele ser negativa y eso resalta que es mi manera de relacionarme la que facilita el aburrimiento. Esto me traslada la responsabilidad a mí. No tengo la obligación de mantenerme en esa situación o con esa persona, pero si me interesa tengo la posibilidad de elegir entre alejarme, cambiar las cosas o relacionarme de manera diferente con lo que sea. No dependo de que el mundo me divierta…
Inspirado en metodología DBM® creada por John McWhirter.